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  • Writer's pictureAndrea Corbacho

La ruta de los artistas que van y no siempre regresan

Existen numerosas razones por las que hacer una excursión a la naturaleza. Cuando vives en una gran ciudad, la razón principal es buscar la «desconexión». El ruido puede resultar una distracción, un bucle, un sitio que nos mantiene atrapados, que nos impide crear. Pero entonces nos escapamos al campo, si tenemos suerte no está lleno de personas haciendo lo mismo y descubrimos el silencio. Escuchamos el viento rozando nuestras orejas, el agua cayendo por la montaña o incluso algún pajarillo.


Esta visita al Parc Natural del Montseny es algo más que una ruta hacia la desconexión. Es un viaje de artistas. Algunos como Joan Maragall en el siglo XIX, quién repetía la ruta numerosas veces. Otras como Laia Aguilà a finales del XX, que fue y decidió quedarse a vivir. En esta salida caminaremos sobre sus pasos para conocerles un poco mejor a ellos y a nuestro artista interior.


Aspectos Generales


La ruta en total es de 15 kilómetros aproximadamente, con 650m de desnivel y sentido circular, por lo que iremos descubriendo nuevas perspectivas del parque hasta el final. La duración es aproximadamente de 6 horas, de dificultad moderada. Por ello es recomendable llevar un calzado adecuado para la montaña al igual que ropa cómoda. También una gorra y crema solar. Es clave llevar suficiente agua (mínimo 1,5 l) y comida, pero si ves que te has quedado corto, en el bar de la estación se pueden comprar botellas frías y bocadillos para llevar.


Se puede empezar desde la estación de Sant Martí de Centelles, es decir, que es accesible tanto en coche como en transporte público. Si preferimos lo segundo y vivimos en Barcelona, cogeríamos la línea R3 de RENFE en Plaza de Cataluña. El precio del billete de ida y vuelta es de 9,20 euros.


Una vez listos, es el momento de empezar a caminar hasta el punto de inicio de nuestra ruta, o aparcar allí directamente si vamos en coche.


¡Comenzamos!


Si desde el principio escuchamos el sonido del agua es buena señal, ya que la ruta comienza en el cruce de dos ríos, a una altitud de 420 m. Atravesamos la riera de Picamena y caminamos en paralelo a la riera de la Baga. La senda es verde y frondosa hasta llegar a un claro, dónde encontramos un hito de piedra.

¡Atención! los «hitos» son señales compuestas de piedras apiladas que nos marcan la dirección en el camino. Hay que estar pendientes para poder detectarlos porque determinarán nuestra ruta.


Tomando este nuevo camino empezamos a subir altura y el suelo se vuelve gris y rocoso. A los 15 minutos andando las vistas ya sorprenden. Tras encontrar un segundo hito, volvemos a girar a la izquierda y llegamos a una pista por donde solían circular vehículos. El profesor que nos acompaña, David Rull, nos señala en el mapa nuestro primera parada «La Codina».

Nos salimos de la pista para tomar una ruta más corta ascendiendo en dirección noreste. Haciendo esto correctamente llegaremos a cruzarnos con esta tres veces más. Mientras podremos disfrutar del olor a tomillo (el que David nos muestra en la foto) que invade el camino, junto al del romero y la lavanda. Destacan también árboles como el enebro, la encina y el roble. La última vez que cruzamos la pista aparece la señal «Zona Ramadera». Aquí continuaremos por un camino rojo y arcilloso, el tercer color de la ruta. Es el mismo que habrá en nuestra parada. Un poco antes de llegar nos encontramos una balsa de agua, a 750 metros de altitud.


Subimos hasta el final y nos encontramos en la explanada de La Codina. Dónde las vistas son espectaculares y nos permiten avistar La Figuera. Lo único que queda sobre este llano son ruinas de color rojizo debido a la piedra local, cubiertas por la naturaleza del entorno y, (como nos advertía la señalización) las dueñas de La Codina, una ganadería de vacas. Este es un buen momento para comer y recargar pilas, aunque si aun nos queda energía podemos avanzar hasta la próxima parada.


La historia de «La Figuera»

Lo que no sabíamos al hacer este ruta es que incluía más de una historia, empezando por la de la Masía de La Figuera. A finales de siglo XIX y principios del XX, artistas modernistas del momento como Joan Maragall o Josep Pijoan cogían el tren y subían hasta la masía en busca de calma e inspiración. Uno de los poemas que escribió Maragall sobre estas salidas es «Del Montseny».


Nogueras, Maragall y Lola, en la puerta de La Figuera en 1902.

Tal fue su amor hacía esa casa y el entorno que la rodeaba que se hizo muy amigo de Dolores Grau, más conocida como Lola de la Figuera, hija de los propietarios. A la cual enseñó a escribir y con la que se enviaba cartas cuando volvía a la ciudad. Lola creció en aquella casa hasta que se casó con José, el hermano del poeta Rafael Nogueras, y se mudó a la ciudad de Barcelona. La casa actualmente aparece abandonada junto a una capilla que en ocasiones ha sido utilizada como refugio.


Una vez aquí parece que ya se ha visto todo, pero siempre quedan historias por contar. A 10 minutos andando, en dirección noreste, se encuentra la Perera, una casa en ruinas junto a un pozo, también abandonada. Desde aquí, podemos seguir caminando en la misma dirección hasta salir a una pista (lo suficientemente grande para vehículos) que nos guiará hasta la próxima historia.



Tras caminar aproximadamente 1 hora llegamos a Sant Cebrià de la Mora, una iglesia que nos recuerda al resto de construcciones de nuestra ruta por su color rojizo. Si nos paramos en frente de ella tendremos unas vistas maravillosas del parque y de la casa de Laia.


Laia y @eltalleretdelclot


Laia Aguilà vive en el Clot, una casa en medio de las montañas del Montseny. Nos cuenta que de joven siempre quiso vivir en la naturaleza y cuando visitó esta casa se enamoró y no pudo dejarla escapar. Hace más de 20 años que vive allí con su marido e hijos. Laia se dedica a muchas cosas, cuida de sus hijos, del huerto, de los animales. Pero hace un tiempo la lana llegó a su vida de forma inesperada.

La acumulación de lana de las explotaciones ovinas resulta un problema actual para los ganaderos, que en ocasiones tienen que quemar la lana por falta de almacenaje. Esto fue una oportunidad para Laia, que decidió darle uso a este material. Creando todo tipo de piezas desde gorros a lámparas, jabones, muñecos... y aprendiendo sobre las ventajas de este material, también se dedica a impartir talleres educativos.

Probablemente la mejor forma de sentir el camino como una ruta de artistas es conociendo personalmente a una. La oportunidad de visitar el Clot y a Laià es la guinda del pastel. Y aunque cuesta despedirse, llega el momento en el que tenemos que continuar el camino. Nos despedimos del taller y continuamos por la pista hasta el final, aunque en ciertas zonas podemos atravesar para acortar el camino.


Esta es la ruta marcada por Google Maps:


La extraña forma de corazón que marca la ruta habla por sí sola. Desde luego se trata de un viaje lleno de sorpresas, historias y desconexión que puede inspirar fácilmente a más de uno.


¿Y tú? ¿Te atreves a viajar por el Montseny?


¡Cuentanos tu experiencia!




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